Os lo presento: se llama Manolito. Este verano he estado un poco ausente, bastante. Y tuvo algo que ver esta tierna criaturilla. Manolito, como lo bautizó mi padre, no era más que un rulo de algodón y no sé qué más que llegó a los brazos de papá después de que lo operaran de corazón en el mes de Agosto. En el hospital, a los recién operados de corazón, se lo dan para que mantengan la posición de los brazos y para, en casos de tos y estornudos, tengan donde agarrarse, porque en estas operaciones el postoperatorio resulta muy doloroso. Me pareció que Manolito no podía permanecer desnudo en el mundo, y que conste que soy gran defensora del naturismo, pero necesitaba un alma, un gesto, un color, unos ojillos a los que mirar para agradecerle haber cuidado del corazón de mi papi todos los días, todas las noches... Y así nació la idea, se lo consulté a Kokoro y dicho y hecho. No tuvimos mucho tiempo de filigranas, pero lo disfrutamos mucho. Porque con Manolito todo fue coser y cantar y agradecer que viniera al mundo para cuidar de uno de mis corazones preferidos. Kokoro (corazón en japonés) fue más Kokoro que nunca. Y yo me siento tan afortunada por ello... ¡Gracias!